jueves, 15 de julio de 2010

EL BUSCADOR (Jorge. BUCAY)

EL BUSCADOR (Jorge. BUCAY)


ilustraciones: Ariel Vazquez

Esta es la historia de un hombre al que yo definiría como un buscador...
Un buscador es alguien que busca, no necesariamente alguien que encuentra.
Tampoco es alguien que, necesariamente, sabe qué es lo que está buscando, es simplemente alguien para quien su vida es una búsqueda.
Un día, el buscador sintió que debía ir hacia la ciudad de Kammir. El había aprendido a hacer caso riguroso a estas sensaciones que venían de un lugar desconocido de sí mismo, así dejó todo y partió.
Después de dos días de marcha por los polvorientos caminos divisó, a lo lejos, Kammir. Un poco antes de llegar al pueblo, una colina a la derecha del sendero le llamó mucho la atención. Estaba tapizada de un verde maravilloso y había un montón de árboles, pájaros y flores encantadoras; la rodeaba por ocmpleto una especie de valla pequeña de madera lustrada.
... Una portezuela de bronce invitaba a entrar.
De pronto, sintió que olvidaba el pueblo y sucumbió ante la tentación de descansar por un momento en ese lugar.
El buscador traspasó el portal y empezó a caminar lentamente entre las piedras blancas que estaban distribuidas como al azar, entre los árboles.
Dejó que sus ojos se posaran como mariposas en cada detalle de este paraíso multicolor.
Sus ojos eran los de un buscador, y quizás por eso descubrió, sobre una de las piedras, aquella inscripción:
Abdul Tareg, vivió 8 años, 6 meses, 2 semanas y 3 días.
Se sobrecogió un poco al darse cuenta de que esa piedra no era simplemente una piedra, era una lápida. Sintió pena al pensar que un niño de tan corta edad estaba enterrado en ese lugar.
Mirando a su alrededor el hombre se dio cuenta de que la piedra de al lado también tenía una inscripción. Se acercó a leerla, decía:
Yamir Kalib, vivió 5 años, 8 meses y 3 semanas.
El buscador se sintió terriblemente conmocionado.
Este hermoso lugar era un cementerio y cada piedra, una tumba.
Una por una, empezó a leer las lápidas.
Todas tenían inscripciones similares, un nombre y el tiempo de vida exacto del muerto.

Pero lo que lo conectó con el espanto, fue comprobar que el que más tiempo había vivido sobrepasaba apenas los 11 años...
Embargado por un dolor terrible se sentó y se puso a llorar.
El cuidador del cementerio, pasaba por ahí y se acercó.
Lo miró llorar por un rato en silencio y luego le preguntó si lloraba por algún familiar.
- No, ningún familiar - dijo el buscador - ¿qué pasa con este pueblo?, ¿qué cosa tan terrible hay en esta ciudad?. ¿por qué tantos niños muertos enterrados en este lugar?, ¿cuál es la horrible maldición que pesa sobre esta gente, que los ha obligado a construir un cementerio de chicos?.
El anciano se sonrió y dijo:
- Puede Ud. serenarse. No hay tal maldición. Lo que pasa es que aquí tenemos una vieja costumbre. Le contaré...

Cuando un joven cumple 15 años sus padres le regalan una libreta, como ésta que tengo aquí, colgado al cuello.
Y es tradición entre nosotros que a partir de allí,, cada vez que uno disfruta intensamente de algo, abra la libreta y anota en ella:a la izquierda, qué fue lo disfrutado...a la derecha, cuánto tiempo duró el gozo.
Conoció a su novia, y se enamoró de ella. ¿Cuánto tiempo duró esa pasión enorme y el placer de conocerla?, ¿una semana?, ¿dos?, ¿tres semanas y media? ...
Y después ... la emoción del primer beso, el placer maravilloso del primer beso, ¿cuánto duró?, ¿el minuto y medio del beso?, ¿dos días?, ¿una semana? ...
¿Y el embarazo o el nacimiento de su primer hijo ... ?
¿Y el casamiento de los amigos ... ?
¿Y el viaje más deseado ... ?
¿Y el encuentro con el hermano que vuelve de un país lejano ... ?
¿Cuánto tiempo duró el disfrutar de estas situaciones?.... ¿horas?, ¿días? ...
Así vamos anotando en la libreta cada momento que disfrutamos.... cada momento.
Cuando alguien muere, es nuestra costumbre, abrir su libreta y sumar el tiempo de los disfrutado, para escribirlo sobre su tumba, porque ESE es, para nosotros, el único y verdadero tiempo VIVIDO .


El Ñipe

Cuentos y Leyendas del Altiplano
Selección y prologo de Antonio Saravia

Ilustraciones: Carolina. Vela

El ñipe es un arbusto enmarañado que suele encontrarse aferrado a arboles más grandes en los faldeos y laderas de las montañas cordilleranas, a veces hasta cotas de más de 3.000 metros de altura. Produce un racimo con el cual los diaguitas fabricaban un “agua de fuego” de elevada graduación alcohólica, que solían beber antes de un encuentro guerrero.
Según José Vicente Sola, “la planta emite un aura extrañamente misteriosa, es como si dentro de ella habitara un alma hechizada que tuviera la energía suficiente para dominara a los hombre son el solo poder de su voluntad”.
Los shamanes diaguitas afirmaban que quien probaba el fruto del ñipe o la bebida fabricada con él ya nunca abandonaría la cordillera. Si era arriero, andaría por siempre por sus senderos, detrás de las mulas o las llamas; si era vicuñero, ya no podría salir de los cerros , y disputaría hasta su muerte sus presas con el diablo; era pirquinero revisaría una vez y otra los socavones en espera de descubrir un filón.
Se dice que más allá de la montaña alta vivía una hermosa india, alta y esbelta, de grandes ojos negros y pelo largo y sedoso que le colgaba hasta debajo de la cintura.
Ñadé, que tal era su nombre, habitaba en un oculto valle rodeado de altos picos nevados, en cuyo centro se elevaban dos cerros: uno negro, cortado por centenares de profundos socavones, y el otro coronado por altísimos picos, que de lejos parecían dedos implorantes, tendidos hacia el cielo. Pero la hermosa india era tan bella como versada en las artes de la hechicería y las pócimas mágicas, que preparaba en lo más profundo de las cuevas del cerro negro.
Hasta un día llego a su presencia el hijo de un poderoso cacique que, atraído por la fama y la hermosura de la mujer, se acerco a ella pidiéndole que se casara con él. La hechicera lo observo largamente, sin decir una palabra, y luego lo llevo a lo más oscuro de la cueva más profunda y le dio a beber un brebaje que ella mism
a preparaba con plantas y hierbas misteriosas que recogía en lo alto de las cumbres.
El hombre, luego de beber hasta la última gota, permaneció un rato más con ella y luego salió para reunirse con sus hombres; se encontraba un tanto mareado y como apartado de la realidad, cosa que extraño a sus guerreros, que lo consideraban un jefe valiente y sensato, ponderado en sus juicios y equilibrado en sus actos de justicia.
Algún tiempo después, el príncipe regreso por la mujer y desde entonces ya no pudo volver a separarse de ella. La noticia circulo por la región como un reguero de pólvora, ya que el príncipe era muy querido por sus súbditos; el padre del muchacho lloraba de impotencia por su hijo y pedía a gritos justicia a sus propios dioses.
Hasta que un noche, un viento huracanado lo coló por el abra que se extendía entre los dos cerros, arrastrando consigo grandes goteras de sangre, y un trueno estallo en la noche, alumbrando la Cordillera toda la haciendo estremecer hasta las extrañas las cumbres más solidas de los cerros. Un rayo viboreo entre las nubes u otro trueno aun más aterrador resonó en el cielo, preanunciando un cataclismo de alcances insospechados. Y al día siguiente, al a levantarse el sol, el cerro negro, con sus socavones y grutas, había desaparecido y, junto con él, la hermosa hechicera.



No había transcurrido una luna de aquella extraña tormenta, cuando apareció en las laderas rocosas del cerro blanco una planta que nadie en la región había observado antes; crecía enredándose en las breñas y las rocas, aferrándose a ellas y abrazándolas fuertemente con sus poderosos zarcillos.
Dicen los que saben que este arbusto cordillerano es la transformación de la hechicera india y que el bebe el zumo de sus frutos o una infusión de sus hojas ya no puede volver a abandonar la Cordillera.

Del Río Collon Curá







Leyenda Del Río Collon Curá (Cara de piedra)
ilustraciones: zulma castañeda

A orillas del río Kollon-Kura habitaba un terrible gigante, devorador de hombres, a quienes cebaba previamente para que engordaran bien.Sus piernas eran gruesas como troncos de árbol y tan largas que le permitían pasar de un cerro a otro manejando un bastón, que era el tronco de un enebro, gracias al cual podía atravesar los valles.Naturalmente, un monstruo semejante era un peligro para los habitantes de la región, a quienes aterrorizaba el Trauko que así se llamaba el gigante, de barba desmesurada y cuyos cabellos parecían tallos de totora y eran de un rojo fuego, lo cual contribuía a darle un aire más feroz.
En cierta ocasión, raptó a una muchacha que caminaba en compañía de su hermanito y se la llevó a la cueva. Pero el hermanito no se apartaba de las cercanías, escuchando siempre el llanto de la cautiva. Esto disgustó al gigante, quien le dijo cierto día a la muchacha:-Debes matar a tu hermano. Si no lo haces tú, lo haré yo mismo, pero en forma cruel, ya que estoy harto de su presencia. Y ahora, escucha. Nadie te servirá de puente para llegar al Huekúfu.Como esto era una amenaza de muerte para la muchacha, ésta prorrumpió en sollozos, ya que para ella su hermano era todo lo que le quedaba en el mundo fuera de sus padres. Pero, reaccionando, le dijo a su hermano:-Quédate lejos de la caverna, no te dejes ver. Frota tu cuerpo con grasa de león y adiestra mientras tanto nuestros dos trewuas, nuestros tan fieles perros Norte y Sur. Y cuando te llame con el chillido del pájaro Fürüfühue, apresúrate a venir con los perros, que me buscarán por todas partes.Un día, el pérfido gigante Trauko le dijo a la muchacha:-Ya que has amaestrado a los perros Norte y Sur, lánzalos contra tu hermano. Llámalo, pues saber donde está: porque si no lo haces, yo aplastaré a ese taimado, lo mismo que a los perros:Entonces, la muchacha imitó el chillido del pájaro Fürüfühue y cuando su hermano llegó con los perros Norte y Sur, el terrible Trauko, devorador de hombres, ordenó:-Ve con tu hermano. Debes ir a la montaña. ¡Llévate a los trewas y lánzalos sobre él para que lo despedacen!

El cruel gigante quiso gozar del espectáculo; pero como los perros obedecían al muchacho más que a su hermana, cuando ésta les gritó: “¡Norte! ¡Sur! ¡Sus, al gigante!”, ambos se lanzaron con furor salvaje sobre el gigante, mordiéndolo todo en las partes más sensibles de su cuerpo, sin tergua, hasta ultimarlo.En su desesperación y dolor, el gigante se retorcía de tal modo que todavía hoy se ven las huellas de su cuerpo que forman un valle, y su cabeza se convirtió en piedra.Muerto el Trauko, ambos hermanos se fueron con los trewas a la cueva del gigante malo y allí encontraron tanto oro y piedras preciosas, así como admirables Llankas de la clase más valiosa, que se hicieron ricos. Los perros Norte y Sur se quedaron siempre con ellos y los reconocieron como sus salvadores no sólo ambos hermanos, sino también todos los habitantes de los alrededores, que tanto había hecho sufrir la vecindad del gigante y la constante amenaza de devorarlos. Según otros narradores, en el valle del cerro feo puede reconocerse no sólo el rastro del cuerpo del gigante, sino también el de su pétrea cabeza: con su sangre se formó un arroyuelo, y con los pelos de la barba se hicieron juncos.

La angustia de ser Fea


La angustia de ser Fea

Autor:Roberto Arlt
Ilustrado por Gonzalez Maria.


El otro día, me decía una amiga que se considera fea, y que ha llegado a los 30 años de escepticismo dulce y resignado:- ¿Porque no escribe sobre las mujeres feas, pero sobre las mujeres feas que tienen conciencia de serlo y que, un día, a los catorce años, al detenerse frente a un espejo, descubrieron que nunca podían agradar a un hombre?-Lo que usted…-Y, como decíamos, al llegar a los catorce años… ¡No diga tonterías Arlt!...





"El Espejo"

Dejemos hablar a la mujer inteligente:-Un día, a los catorce años, me detuve frente al espejo y me mire, me observe con detenimiento. ¿Sabe porque? Porque había reparado que a mis amigas las miraban y a mi no. ¡Qué curioso! Esta comprobación me causo pena; luego reflexione. Y cuando había que ir a algún baile o a alguna otra fiesta, en vez de preocuparme de adornarme, iba sencillamente, pues me decía: “Con adornarme no voy a ser menos fea”…
“Y me acostumbre a ser la mujer fea. La mujer que en los bailes, queda arrinconada sin que nadie venga a sacarla, la mujer que sabe que las otras la miran y dicen: ´ ¡Pobre, se va a quedar para vestir santos´”.
-¿Y no ha tenido nunca un novio?
-Uno no, festejantes algunos. Pero, ¿Qué quiere? De pronto, cuando se ha llegado ala conclusión de que una ha perdido la vida; esa vida de ilusión y alegría natural, que en las otras muchachas consiste en empolvarse y correr al balcón y hacer proyectos; cuando una ha perdido esa vida comienza a hacer análisis, a razonar y le prevengo que no hay posición mas terrible para un espíritu que esa del análisis, porque, destruida la mentira que rodea las cosas, queda lo descarnado del motivo, y entonces una sonríe o se apiada. Y eso era lo que me ocurría con mis festejantes. Eran unos pavos admirables. Buenos, pero tontos. Y, ¿Qué quiere que haga una mujer con un tonto al lado? Unos me hablaban continuamente del clima, que el tiempo estaba húmedo o lluvioso; otro, en cambio, me narraba asuntos de su familia, las pérdidas de su familia…“El tal señor solo veía la vida a través de su familia. Si me hubiera casado con el, tendríamos varios hijos y estaría todavía hablándome de su familia.

”Consuelo“

Para una mujer en mis condiciones, solo queda el consuelo de la lectura, esto a veces, y después…, después dedicarse a la hermana linda. Si. Porque, por lo general, todas las feas tenemos una hermana linda, y a esta hermana linda se consagra nuestra coquetería o instinto maternal, y para cesta hermana son los cuidados de una, las preocupaciones de una, de tal manera, que si la hermana linda tiene que ir a un baile, de pronto una siente la enorme preocupación de que ella vaya al tal baile lo mas bien arreglada posible. Y a medida que el tiempo pasa, esta naturaleza protectora, por así decirlo, cobra un cuerpo inmenso, y la hermana linda, todo lo que redunda en beneficio de la hermana linda, se hace tan importante en la vida de una, como si una fuera la hermana linda.“No lo llame a este sentimiento generosidad. No. En este mundo no le es posible a nadie vivir sin esperanzas, in ilusiones, y entonces, todo lo que ha fracasado para una, y que no fracasara para la otra, constituye la razón de soñar parea la mujer fea.“Así, las mas lindas medias deben ser para ella; el mas bonito tapado para ella, los mejores guantes y zapatos para ella, un lindo genero aparece en la casa, ¿para que usarlo si ha ella le quedara tan bien? Y en esta renuncia consciente, apasionada y continua, encuentra la que se descubrió fea, la mas poderosa razón para soportar el vacio de los días.



Resignación

“Al principio, como es natural, se sufre. Las novias, los preparativos de las otras, las alegrías que brillan en los ojos de las muchachas que tienen novio y son felices; los sueños que inconscientemente le descubren a una; las esperanzas… le prevengo que eso es duro y penoso. No por que una sea mala, ¡no!, sino por un lógico sentimiento de lastima a si misma, por saber que a una todo aquello le esta negado; negado para siempre. Y le esta negado porque no puede... porque no puede ilusionarse. Esta es la tragedia del vivir en la mujer fea y consciente de su fealdad. Un día, en una hora dada, frente a un espejo, ha descubierto la poca armonía de sus líneas. Ese día algo hermoso se rompe en nuestra alma. Es como el chico que descubre que los que ponen los juguetes son los padres y no los Reyes Magos. Ya nunca en la vida, creerá en los Reyes. Y el sufrimiento deriva de eso; saber que nunca se podrá creer en los Reyes maravillosos y buenos”.



La hermosa alma

Así hablo la mujer que tiene el alma hermosa. Hablo con seguridad y convencimiento. ¿Qué cave decir?Se, únicamente, esto: -Que la mujer que puede hablar así, no es fea. Yo creo que en ello hay un error de perspectiva. La fealdad es otra. Una hermosa alma adorna prodigiosamente un cuerpo feo, le da prestigio. Lo que yo creo es que mi amiga nunca encontró un hombre inteligente. Así se lo he dicho. Pero ella ha sonreído irónicamente.-Es demasiado tarde para hacerme creer en esas teorías –insiste-. Un hermoso rostro de mujer vale por todas las ideas, quiero decir, vale mucho más que todas las ideas que pueda tener una mujer inteligente.Y yo, a mi vez, me he sonreído, pero con una sonrisa de forzado asentimiento.












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martes, 13 de julio de 2010

La metamorfosis





De Franz Kafka
Ilustrado por Cintia Cartes


Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto. Estaba tumbado sobre su espalda dura, y en forma de caparazón y, al levantar un poco la cabeza veía un vientre abombado, parduzco, dividido por partes duras en forma de arco, sobre cuya protuberancia apenas podía mantenerse el cobertor, a punto ya de resbalar al suelo. Sus muchas patas, ridículamente pequeñas en comparación con el resto de su tamaño, le vibraban desamparadas ante los ojos.
«¿Qué me ha ocurrido?», pensó.
No era un sueño. Su habitación, una auténtica habitación humana, si bien algo pequeña, permanecía tranquila entre las cuatro paredes harto conocidas. Por encima de la mesa, sobre la que se encontraba extendido un muestrario de paños desempaquetados -Samsa era viajante de comercio-, estaba colgado aquel cuadro que hacía poco había recortado de una revista y había colocado en un bonito marco dorado. Representaba a una dama ataviada con un sombrero y una boa de piel, que estaba allí, sentada muy erguida y levantaba hacia el observador un pesado manguito de piel, en el cual había desaparecido su antebrazo.





La mirada de Gregorio se dirigió después hacia la ventana, y el tiempo lluvioso -se oían caer gotas de lluvia sobre la chapa del alféizar de la ventana- lo ponía muy melancólico.
«¿Qué pasaría -pensó- si durmiese un poco más y olvidase todas las chifladuras?»
Pero esto era algo absolutamente imposible, porque estaba acostumbrado a dormir del lado derecho, pero en su estado actual no podía ponerse de ese lado. Aunque se lanzase con mucha fuerza hacia el lado derecho, una y otra vez se volvía a balancear sobre la espalda. Lo intentó cien veces, cerraba los ojos para no tener que ver las patas que pataleaban, y sólo cejaba en su empeño cuando comenzaba a notar en el costado un dolor leve y sordo que antes nunca había sentido.
«¡Dios mío! -pensó-. ¡Qué profesión tan dura he elegido! Un día sí y otro también de viaje. Los esfuerzos profesionales son mucho mayores que en el mismo almacén de la ciudad, y además se me ha endosado este ajetreo de viajar, el estar al tanto de los empalmes de tren, la comida mala y a deshora, una relación humana constantemente cambiante, nunca duradera, que jamás llega a ser cordial. ¡Que se vaya todo al diablo!»
Sintió sobre el vientre un leve picor, con la espalda se deslizó lentamente más cerca de la cabecera de la cama para poder levantar mejor la cabeza; se encontró con que la parte que le picaba estaba totalmente cubierta por unos pequeños puntos blancos, que no sabía a qué se debían, y quiso palpar esa parte con una pata, pero inmediatamente la retiró, porque el roce le producía escalofríos.
Se deslizó de nuevo a su posición inicial.
«Esto de levantarse pronto -pensó- hace a uno desvariar. El hombre tiene que dormir. Otros viajantes viven como pachás. Si yo, por ejemplo, a lo largo de la mañana vuelvo a la pensión para pasar a limpio los pedidos que he conseguido, estos señores todavía están sentados tomando el desayuno. Eso podría intentar yo con mi jefe, pero en ese momento iría a parar a la calle. Quién sabe, por lo demás, si no sería lo mejor para mí. Si no tuviera que dominarme por mis padres, ya me habría despedido hace tiempo, me habría presentado ante el jefe y le habría dicho mi opinión con toda mi alma. ¡Se habría caído de la mesa! Sí que es una extraña costumbre la de sentarse sobre la mesa y, desde esa altura, hablar hacia abajo con el empleado que, además, por culpa de la sordera del jefe, tiene que acercarse mucho. Bueno, la esperanza todavía no está perdida del todo; si alguna vez tengo el dinero suficiente para pagar las deudas que mis padres tienen con él -puedo tardar todavía entre cinco y seis años- lo hago con toda seguridad. Entonces habrá llegado el gran momento; ahora, por lo pronto, tengo que levantarme porque el tren sale a las cinco», y miró hacia el despertador que hacía tic tac sobre el armario.
«¡Dios del cielo!», pensó.
Eran las seis y media y las manecillas seguían tranquilamente hacia delante, ya había pasado incluso la media, eran ya casi las menos cuarto. «¿Es que no habría sonado el despertador?» Desde la cama se veía que estaba correctamente puesto a las cuatro, seguro que también había sonado. Sí, pero... ¿era posible seguir durmiendo tan tranquilo con ese ruido que hacía temblar los muebles? Bueno, tampoco había dormido tranquilo, pero quizá tanto más profundamente.
¿Qué iba a hacer ahora? El siguiente tren salía a las siete, para cogerlo tendría que haberse dado una prisa loca, el muestrario todavía no estaba empaquetado, y él mismo no se encontraba especialmente espabilado y ágil; e incluso si consiguiese coger el tren, no se podía evitar una reprimenda del jefe, porque el mozo de los recados habría esperado en el tren de las cinco y ya hacía tiempo que habría dado parte de su descuido. Era un esclavo del jefe, sin agallas ni juicio. ¿Qué pasaría si dijese que estaba enfermo? Pero esto sería sumamente desagradable y sospechoso, porque Gregorio no había estado enfermo ni una sola vez durante los cinco años de servicio. Seguramente aparecería el jefe con el médico del seguro, haría reproches a sus padres por tener un hijo tan vago y se salvaría de todas las objeciones remitiéndose al médico del seguro, para el que sólo existen hombres totalmente sanos,pero con aversión al trabajo. ¿Y es que en este caso no tendría un poco de razón? Gregorio, a excepción de una modorra realmente superflua después del largo sueño, se encontraba bastante bien e incluso tenía mucha hambre.
Mientras reflexionaba sobre todo esto con gran rapidez, sin poderse decidir a abandonar la cama -en este mismo instante el despertador daba las siete menos cuarto-, llamaron cautelosamente a la puerta que estaba a la cabecera de su cama(...)




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